martes, 22 de mayo de 2012

Y ahora que la primavera nos rodea, que sus noches llenas de olores y sonidos nos acunan, quiero recordar aquí una de las más hermosas leyendas locales, la que recoge Carlos Villar Esparza en su libro "Con once orejas", de una "reina" mora...

 

 

LA REINA MORA

Torre de Juan Abad

 En llegando a la vera del castillo de Montizón* (por los caminos serranos que salen de Villamanrique, los de Torre de Juan Abad son llanos y suaves con riberas de viñas) se le admira enriscado en bravías peñas, vanguardias de Sierra Morena. Bajo sus murallas, se desliza cansino, sin torrenteras juveniles, el Guadalén: bravo y escandaloso en invierno, débil y de escasas y remansadas aguas en verano. Refieren de este inconstante y aprendiz a río, que hubo tiempos que rugía amenazador y caudaloso al pasar entre los gigantes de roca que estrechan su cauce al pie de la fortaleza.

 Apenas conocido fuera de la zona montieleña, salvo por los investigadores especializados y locales, es criadero de leyendas épicas e historias trágicas. Ya su  misteriosa construcción es legendaria. La fortaleza fue levantada por el entusiasmo, impulso y dirección del mítico  Pero Pela Correa, maestro de los santiaguistas.
 De igual manera la centenaria y vital savia que  misteriosa fluye, con sus historias y leyendas, invisible en las roídas piedras de Montizón, alimenta el espíritu de Jorge Manrique. Mentar Montizón es mentar al  poeta, señor en su día del castillo y la Encomienda.

 De las historias que se cuentan y que llegaron hasta aquí,  hogaño aún se cuenta la leyenda de un enamoriscamiento de un mozo cristiano. Cómo casi todas las leyendas ésta es hermosa, pero tiene un mal final. Aquellos eran años crueles, brutales e injustos. Los hombres y mujeres que nacían en esta frontera eran presa y víctimas de  las convulsiones bélicas y las miserias que calcinaban los años y sus vidas.


 Romancea pues, nuestra tradición oral, que en muy lejanos días habitaba el castillo una reina mora de belleza tal que, sería milagro de  no creer, a fuer de no ser que fue  descubierta, vista y admirada.

(Afirman gentes sabias que jamás fue Montizón moro, que siempre ondeo  la cruz en su torre del Homenaje. Se sospecha, pues, que la legendaria reina mora sería huésped, cautiva o tapada amante)

 El hombre-memoria recuerda como su abuelo le relataba como en tiempo antiguo en los oscuros calores de las noches estivales, descendía de la fortaleza la mora, con pausado y felino  caminar en pos del refresco del río. Acompañada de esclavas y dueñas solicitas. Escoltada por castellanos fieramente armados: en sus manos antorchas, abriendo camino, que iluminaban los pasos de la hurí. Innecesarias eran candelas en noches de lunas llenas.

(Las lunas de Montizón pintan de rabioso encanto,  magias milenarias, las tierras de este paisaje. ¡Qué gran cuadro si hubiera gran pintor!!)

 Parecía  la mora volar con las alas de sus velos.
 Siempre se detenía junto al mismo y un pequeño remanso, dócil lagunilla de aguas plácidas, que besaban la ribera (Hoy a este lugar se le sigue conociendo por el Baño de  la Reina Mora) Solícitamente atendida, dejaba caer sus coloridas sedas. En maravillosa desnudez, tímida, rompía el espejo de las aguas.


(Escribió el romántico: que nunca galán fue más complacido y requerido que el Guadalén. Cómo esperaban sus aguas la entrada del cuerpo de aquella diosa. Trémulas caricias liquidas devolvía el orgulloso río con traviesos y cálidos remolinos, que hacían estremecer de placer a la reina mora al ser catada  en sus ocultas intimidades.  Y la corriente se llevaba la noticia de: la negritud de su pelo, la hondura brillantez de sus ojos, la gracilidad de su nariz, la húmeda promesa de sus labios reventones, la nieve de sus dientes, el ébano embriagador de su piel, la plenitud desafiante de sus pechos, la fertilizadora provocación de sus caderas, el tímido ombligo, que arrobado cantó el poeta...)

 Tanta esplendorosa perfección hecha mujer mal podía permanecer oculta mucho tiempo, así como tampoco sus baños nocturnos. No se sabe quién ni cómo, pero escaparon de Montizón las sensuales nuevas de los baños en cueros, llegando a las gentes de pueblos y aldeas cercanas.

  Las escuchó con once orejas un decidido mozo  torreño,  prometiéndose,  sin par aventura, no cesar hasta dar con la singular belleza y la escultural desnudez de aquella  reina mora. No era ajeno a los riesgos existentes, agravados por la ya tradicional y antigua enemistad de Torre de Juan Abad con los de Montizón, pues los castellanos porfiaban e insistían en adehesar una y otra vez las tierras de la villa.

 Sólo el pensar en aquellas lozanas carnes, ya era delito.

¿Sería por un casual, encantada doncella sanjuanera, como la de Eznavejor?

 La inundación de claros de luna llena obraba el luminoso milagro de abrir las tinieblas. Caídos de los altos territorios lunares, los hilos de plata, a modo de lluvia,  jugaban con las hojas caedizas de los árboles, haciéndolas brillar fugazmente,  antes de llegar a las aguas. Rielaban estas gozosas al recibir robados besos plateados.
  A pocos metros de la resplandeciente sensualidad de la reina mora, el atrevido mozo, a salvo de ser descubierto, llevaba horas encamado entre chaparros. Sufría el sublime éxtasis erótico-amoroso de la revelación de aquel cuerpo desnudo que iniciaba su baño, ignorante de saberse devorado con amorosa avidez. Se repetía el rondador que aquella imagen sólo podía ser mismamente la tan celebrada hermosura del mundo.

¡Cómo centelleaba el cuerpo desnudo a la luz de la luna! En el agua, sus manos, versos que nacían en la poesía de sus brazos, dibujaban arabescos en la superficie del Guadalén. Una  mano invisible punteaba melancólica la citara, quejándose dulcemente.

 Conoció y supo nuestro temerario y anónimo héroe, que nunca volvería a ser feliz. Un loco y quimérico amor lo había encadenado para siempre jamás. Amor incontenible e imposible. Devoraban sus ojos con fruición  las formas de la reina mora que con infantiles carcajadas chapoteaba en aguas de poco fondo y en remirándola su corazón era presa de violentos y desconocidos temblores. El joven villano se dio de bruces con el Deseo.

 Quieren los filósofos que encalabrinarse con el desnudo secreto de la bella musulmana fue, ver, mirar, descubrir... la Verdad. Y  si a esta,  se la mira a la cara, la ceguera fulmina... o se perece a manos de la Parca.

La que sería última noche de su éxtasis visual y espiritual, la de la perdición… encobijado estaba lanzando  amorosos y silenciosos suspiros preñados de aromas a romero, jara y retama. Levitaba místico en nubes amorosas, cuando poderosos brazos lo sujetaron violentamente. Oyéronse gritos, maldiciones, blasfemias. Ilumináronse  las almenas del castillo, dieronse voces de alarma. Las esclavas unieron sus estridentes gritos, por la aparición del intruso apresado, a los de la reina mora al saberse espiada y violentada su gloriosa intimidad. Cubrieronla rápidamente, emprendiendo   regreso al alborotado Montizón.
 Llevado al castillo no hubo piedad para el osado enamorado, su pertinaz e irresponsable desatino pasional lo había perdido. Su amor platónico, juvenil, y la imprudencia de saborear lo vedado lo conduciría a la muerte.

 Encerrado en una siniestra mazmorra, en los subsuelos del castillo, le dieron terrible y cruel tortura. Sujetado con fuertes cáñamos, su cabeza alzada e inmovilizada. Sobre ella un extraño artilugio lleno de agua que monótonamente, de forma continua y mortal dejaba caer una gota de agua sobre la frente del muchacho: el horrible tormento del gota a gota. Albas y ocasos oyeron sus desgarradores alaridos.
 Algunos servidores del castillo hicieron saber en Torre de Juan Abad, que el infeliz enloqueció con el martirio antes de morir en larga agonía con el cráneo taladrado.

 Aquella dramática y galana noche de luna llena, la reina mora desapareció, no volviéndose a tener noticia de su belleza y sus baños. Marchó sin saber de la vida, de la muerte,  de su enamorado.
 Lo que no tiene nombre no existe.

 Queda para nosotros la poesía de las noches lunares en Montizón, y sus reflejos en las aguas del Baño de la Reina Mora.

 Y diz que en el Silencio de las llenas, por estos parajes se oyen misteriosos suspiros de amor.

¡Soñemos!


*El Castillo de Montizón se haya en el termino municipal de Villamanrique.

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